No soy ningún poeta. No amo las palabras por las palabras. Amo las palabras por lo que son capaces de conseguir.
[Patrick Rothfuss]

domingo, 5 de febrero de 2012

Tres Voces

La chica parecía dormir, o tal vez sólo me ignoraba. Las personas son buenas haciendo eso, ignorarme. La chica era bonita, debo agregar. Tenía el cabello oscuro, casi negro, y la piel muy blanca. Sus labios eran de un rosa suave, sin ningún maquillaje, sin ningún truco. Me hubiera gustado ver sus ojos, probablemente eran castaños, puedo imaginarlos perfectamente ahora; castaños y oscuros, grandes y transparentes, hermosos. Pero no logré verlos, sólo puedo fantasear con ellos, por que ella nunca despertó o al menos nunca los abrió. 

Estoy seguro que me ignoraba. Nadie se ve tan bien durmiendo en un camión. Las personas normales abren la boca, cabecean, roncan o su cuello se tuerce en extrañas posiciones. Pero ella sencillamente se veía perfecta. Recargada en la ventana, con su cabello cubriendo una parte de su rostro. El cielo gris del día contrastando con su piel, sus labios no temblaban, se mantenían quietos y serenos. Me gustaban sus labios, parecía que podía inclinarme y besarlos en cualquier momento. Tal vez por eso fingía dormir, para que yo la despertara como a una princesa, con un beso largo y profundo. Ahora que lo reflexiono, tiene bastante sentido. ¡Diablos, debía haberlo hecho! Pero, si lo considero atentamente, tal vez hace lo mismo con todos. Tal vez sólo va robando besos por el mundo, sin mirar atrás. Probablemente si la hubiera besado ella habría despertado, sonreído –pero con una sonrisa cruel y burlona– y volverse para dormir de verdad. Entonces la hubiera visto imperfecta, horrible. Roncando, con el cuello torcido y los labios inquietos. 

No puedo creer que haya gente tan malvada en este mundo. ¿Qué ganan con jugar así con los demás? Si quería un beso pudo haberlo dicho, se lo hubiera dado sin ningún problema, es fácil pedir las cosas –“mira soy fulanita y voy por el mundo coleccionando besos, ¿me regalarías uno por favor? “– Pero no, las mujeres necesitan retos, necesitan hacernos caer en tentación. No hubiera podido reprocharle, de haberlo hecho. Incluso me hubiera acusado de pervertido, siendo La ella la que empezó. ¡No cabe duda! Son ellas el diablo con cadera, son una perdición inmensa. ¡Qué bueno que no caí en su vil juego! No señor, a mí nadie me engaña así. Y ahora que la dibujo en mi mente, ni siquiera era tan bella. Sus ropas estaban gastadas, arrugadas. No olía mal, pero no descubrí ningún perfume oculto entre su piel. Y sus manos, ¡qué manos!, estaban raspadas, sus nudillos tenían cicatrices. No cabe duda de que además de crueles son agresivas, no señor, ninguna duda. 

Ella, ella, ella. Ella… Mi dulce abismo. Por que, ¿a quién engaño?, en conjunto era dulce. No puedo decir que fuera muy alta, estaba sentada, pero la aprecié pequeña. Incluso sus manos, a pesar de los golpes, parecían capaces de regalar caricias comprensivas. Se veían suaves, si las hubiera rosado un poco probablemente hubiera dejado una línea roja, unas manos tan suaves que no soportan el contacto del mundo. ¿La justifico?, ¿la juzgo? Tal vez si dormía, sí, quiero dejarlo con esa idea. Ella dormía muy profundamente. Tanto que no notó que tomé su cartera. Y es que no soy ladrón de tiempo completo, pero necesitaba el dinero. Oportunidades así no se desperdician. Tal vez dormía y yo me aproveche de eso, ahora trato de culparla por que me remuerde la conciencia haberle quitado su dinero a alguien tan bello y dulce. Pero así es mejor, no perturbe su tranquilidad exigiéndosela a gritos. Cuando despierte y no la vea pensará que la perdió antes. Espero que al menos pueda llegar a casa. 


Cuando él subió al metro sabías que era a última vez que lo veías. Igual no te dolió la idea. No dijo adiós, ni repitió un “Te quiero”, sencillamente se alejó, y eso hizo más fácil la separación. Esas cosas deben pasar, esas cosas deben pasar cuando amas sin permiso. Las personas no deberían entrar así a la vida de uno. No deberían acabar con todo, como un huracán. No deberían marchitar el alma en primavera. Pero él lo hizo, sin intención pero lo hizo. Probablemente tú también lo hiciste, igual, sin intención. Pero ambos sabían que llevaban condena a lo terrible, Ambos sabían el daño que causaban y lo cruel de la situación. Entonces se fue, sin decir adiós. Y lo dejaste ir, sin decir adiós. Y te parece lo mejor, te parece que tu corazón late sin ritmo, buscándolo a él. Pero la angustia no llega, la tristeza tampoco. Sólo estás cansada. 

Estás cansada. Ves el reloj y marca las tres. Estás cansada y es tarde, para colmo va a llover. Llevas el peso del día en tu espalda, y las manchas del cansancio en tus ojos. Tienes que llegar pronto, tienes que hacer trabajo, tienes que arreglar asuntos. Tienes que olvidarte de él. El metro se atasca, como siempre. Los transbordes se dibujan eternos y lejanos. Cuentas los pasos, ciento cinco, das vuelta en la curva, noventa, subes los escalones, treinta y siete. Parece una carrera, parece una procesión al entierro. Tu cabeza da vueltas, ojalá hubieras comido algo, pero necesitas el dinero y preferiste alejar a tu estomago de las finanzas. 

Deseas haber dormido más en la noche, deseas haber descansado un poco. Tu cabello esta desorganizado de tanto ajetreo, tus pantalones se mancharon de pintura azul, agradecimientos de una pared recién pintada. Tus nudillos arden, pero no puedes evitarlo. Sientes ira y golpeas la pared, no hay forma de evitarlo, es mejor que explotar por dentro. Llegas a la parada y tomas el camión. Buscas el dinero del pasaje en la cartera y recuerdas que está en tu pantalón. ¿Por qué diablos traes una cartera? Siempre está vacía, lo único que guardas es una hoja doblada en cuatro, arrugada y amarilla, con un poema de Garcilaso. Siempre es bueno llevar un poeta en el bolsillo. Él escribió ese poema, es lo único que te afirma su paso por tu vida. 

Te regresan cambio, pones las monedas en la bolsa. Arrastras tu existencia hasta la parte trasera del camión, te acercas a la ventana. Dejas caer las cadenas y te vas relajando. Observas el paisaje pasar hasta que se desdibuja, antes de caer en la inconciencia consideras poner el dinero en la cartera, pero es ya muy tarde. De nuevo ha quedado vacía. El mundo se borra. Tus primeros sueños son con él, su cabello, sus ojos. Buscas sus labios y se alejan. Sigues soñando, él está cada vez más lejos. 


Cuando bajó del camión el chico espero a llegar a casa para ver el botín. Pero la cartera contenía una hoja de papel doblada en cuatro. “Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero”. El chico se quedó sentado en la esquina de su cama, con la cara consternada, petrificado en una estúpida mueca de incredulidad. La chica había ganado. La chica se había burlado de él, con los ojos cerrados, literalmente. 

No fue hasta la noche que ella noto la ausencia de la cartera. Un frío invernal recorrió su espalda. ¿La había perdido? Era lo más probable. Se recostó en su cama, el techo blanco le devolvió a mirada. Lo había perdido hoy, a él a quien amaba. Lo había perdido dos veces en un día. Lo había dejado ir. 

Lentamente el chico se fue quedando dormido. A la mañana siguiente intentaría asaltar un camión entero para pagar la deuda. El no sabía que lo apuñalarían antes de subirse. No sabía que pasaría sus últimos instantes en el mundo pensando en aquella chica y en aquél poema. La chica fue encontrando el sueño poco después que él. Esperaba no despertar, esperaba poder encerrar sus recuerdos tras una puerta, encerrarlos el tiempo suficiente como para no sentir dolor. Igual soñó con él –a quien llamaba amor para sus adentros–, igual lo busco en el metro al día siguiente. A sabiendas de que no llegaría. No sabía que unas horas después escucharía un grito desgarrador. No sabía que vería tanta sangre correr de una persona. Sintió pena por aquel chico muerto, pena por él que aferraba una hoja de papel con su mano. Ya sin vida.

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