No soy ningún poeta. No amo las palabras por las palabras. Amo las palabras por lo que son capaces de conseguir.
[Patrick Rothfuss]

miércoles, 8 de febrero de 2012

Ranta

-¿Y, yo cómo le explica que su amá no iba a volver? Usté no lo entiende señor, ella era su vida, su mundito. Pequeñito y azul. Su mundito azul y con flores. ¿Yo cómo le decía que ella no iba a volver? Usté no vio su carita señor, usté sólo firma papeles. Yo no sé ezcribir, no sé leer. Pero sé que su amá era su mundito azul con flores, ¿yo cómo le decía que ella no iba a volver? 

La mujer me observa de soslayo. Es una matrona negra, traída de algún lugar donde la tierra y el Sol se cruzan. Sus brazos son toscos, sus manos callosas. Lleva el crespo cabello negro recogido con un paliacate rosa, sus vestimentas son sendas telas dobladas y cocidas a la medida de sus anchas caderas. Sus zapatos son de suela gastada, sus andares vacilantes. Sus enormes ojos marrones pasean por el cuarto, se detienen un momento en mí y prosiguen su paso. La verdad es que me teme, por eso no deja de retorcer sus manos en el delantal, por eso sus pies no pueden estarse quietos. Está midiendo mis gestos, mis reacciones. No se atreve a cambiar de postura, balancea su cuerpo como sorteando la posibilidad de sentarse, pero resiste. No le he indicado que tome asiento, no le he ofrecido nada. Necesito toda la información que pueda ofrecerme, si sedo un milímetro ahora se quedará con los secretos bajo su lengua. Un candado sin llave, una puerta sin picaporte. Mi silencio la incita a seguir hablando, pero su parloteo son puras disculpas. Tiene miedo de una acusación. Ella es inocente, lo sé, sin embargo era la encargada del niño. 

Sus gruesos dedos rebuscan en sus bolsas. Podría guardar un elefante allí adentro si se lo propusiera. Al final, después de cinco minutos de lucha con trozos de tela, saca la fotografía. 

-Mírela patrón –dice la mujer tendiéndome un triste pedazo de papel.- Vea que su amasita era hermozza. Hermozza como las más hermozzas de mi tierra, pero de color del papel. Él tiene sus ojos. Unos ojitos azules hermozzos también. Pero cuando ella ya no estaba sus ojitos se llenaron de neblina. De pura bruma. Puro avismo había en sus ojos, puro avismo dentro de abismo. Usté no entiende señor, usté no lo vio. Pero yo sí. Yo viví con su carita por semanas. Su carita llena de preguntas, y yo con mi lengua lleno de respueztas que no le quería dar patrón. Y es que yo no podía decírselo, no podía. Él ya lo sabía patrón, ya lo sabía. Pero me lo preguntaba de todas maneras, sin ningún mal. Sin ninguna mala intención. Me perzeguía por la casita, con sus ojitos llenos de bruma, y me preguntaba si su amá ya iba a regresar. ¿Qué le decía yo? 

Observo atentamente los rasgos de Clara. La fotografía esta deteriorada por el maltrato del delantal, sin embargo puedo distinguir su belleza entre las arrugas del tiempo. Es reciente, muy reciente. En realidad es la última que se había tomado, la del pasaporte. Yo mismo la llevé al fotógrafo. Nos urgía el pasaporte, el tiempo se agotaba. Ella se iría muy lejos por unos meses, muy lejos de mí. Ahora estará aún más lejos. Más y más lejos. El dolor es ridículo, el contraste del día, el estudio, la negra nerviosa que tengo delante de mí. Todo es ridículo. Todo el parloteo. Todo el show. Es un absurdo, una burla. 

La mujer comienza de nuevo con su sarta de disculpas y yo la detengo por fin. 

-Mira Ranta, a mí no se me da esto ¿de acuerdo? No soy cruel. Pero necesito saber que fue de él. ¿Qué le hiciste? Te lo encargué muy bien, te pedí que lo cuidaras. Por tu patrona, ¿qué no la amabas? No amas a su hijito. ¿Por qué no lo has cuidado? 

Estas últimas palabras han tenido el efecto esperado. La negra rompe en llanto, pero ya no me pide disculpas. Ya no se excusa. Ahora sólo llora, porque amaba a su patrona, ama al pequeño. Pero el pequeño no está, sólo queda, de nuevo, el absurdo de un cuarto azul vacío. El reloj del escritorio marca las tres, en unos momentos comenzará a llegar la familia, harán preguntas, pedirán explicaciones. Y el niño sigue sin estar, lo único que tengo es una negra quejumbrosa. No me queda más remedio, no tengo opción. Necesito sacarle el silencio. 

-Mira Ranta, que ya son las tres. La gente comenzará a llegar y tú sólo estás aquí retorciéndote las manos en ese sucio delantal. ¡Dime lo que ha pasado!, ¡confiesa ya negra traidora! –imprimo todo el odio que puedo a estas últimas palabras, y me doy asco yo mismo. Pero no tengo alternativa, ella no hablará de otro modo y ya no tengo tiempo que perder. 

La negra detiene su llanto. Las últimas palabras la han asustado. Traidora es lo que la ha dejado petrificada, porque ella está orgullosa de su piel negra, color de la noche. Pero ¿ser traidora? ¡No, eso jamás! Se yergue tan alta y magnifica como su porte lo permite. Me mira despacio, me mira sin piedad y sé que me juzga por que ahora sólo estoy velando por mis intereses. La familia pedirá respuestas y yo sólo podré darles más preguntas. La ausencia permanente y absoluta de su hija tiene una explicación, pero la repentina desaparición del niño no tiene ninguna. 

-Yo no soy traidora –dictamina la negra con la fuerza de una estampida- Jamás seré traidora. Seré negra, seré pobre, seré ignorante, pero no traidora –la repentina calma que imprimen sus palabras me pone en guardia, nervioso. Apenas ahora soy enteramente consciente de que ella es más alta que yo y más corpulenta. Apenas ahora noto sus fuertes brazos acostumbrados al trabajo duro de cubetas y tarros. 

-No quería ofenderte Ranta, pero es que de verdad estoy preocupado. –Mejor redimirme ahora. Mejor ser pulverizado por la familia que por la ira de una mujer con fuerza de toro. Imprimo todo mi eco humano en su nombre, ella sabe que la considero una persona, ella sabe que para mi no es un objeto como lo es y ha sido para muchos otros. Yo sé que tan grande es su valía, sé cuan profundo era el amor que le profesaba, o mejor dicho profesa, a Clara. Decido insistir. 

-Debes entender, Ranta, que estoy muy preocupado. Es apenas un crío, no puede ser que no esté en ninguna parte. Yo sé que te era difícil decirle lo de su madre, pero entiende que era tu trabajo. ¿Quién mejor que tú para darle tan terrible noticia?, ¿quién mejor que su nana para escucharlo y abrazarlo? 

La negra permanece impasible ante estas palabras. Poco a poco el dolor y el nerviosismo han ido desapareciendo hasta dejar una centella de creciente ira. Entorna los ojos y parece destruir mi virilidad con la mirada. 

-Usté no entiende. Y jamáz va a entender. Por que no lo vio, no lo escuchó, no lo olió. Su dolor se extendía por todos ser, su cuerpezito dulce y lindo olía a mar. ¡A mar! Por que lo inundaban puras lágrimas y puro dolor. Su cabezita se iba a romper si yo le decía que su amá linda no iba a volver. Su cabezita se iba a romper de puro dolor y su corazoncito también, usté no lo vió señor. No vio sus ojitos azules llenos de bruma, no vio sus ojitos azules ahogándose en sí mismos. No vio usté nada. No hay nada que pueda entender. Ella era sus amasita, su mundito azul. Usté sólo es un intruso. 

Recalca con tal fuerza estas últimas palabras que no puede hacer nada además de sentir un denso escalofrío. La culpa me invade con lentitud. Sí, es cierto. Fui un intruso en sus vidas, aún lo soy. El reloj marca las tres con cinco minutos. El timbre suena y sé que son ellos. El vértigo me invade y no sé a dónde ir ni que hacer. Ranta sigue frente a mí, su porte es amenazante, pero no tengo más opción. 

-Ranta, por el amor de Dios, dime dónde está el niño. 

La negra carga su mirada de reproche, apunta y dispara. Ya no me tiene miedo, ya no le importa ser deportada o encarcelada. Lo único que le importa es demostrar lo mucho que ama a Clara y al niño. Más que yo, más que toda la naturaleza junta. La familia está abajo, esperando por mi cabeza, primero las explicaciones y luego mi cabeza. Ya no hay nada que pueda hacer. Nada. Le sostengo la mirada a la negra por mucho tiempo. Sus ojos son una fortaleza de frialdad impenetrable, casi impenetrable. Un resquicio se ha abierto. Un resquicio minúsculo de verdad, un brillo opaco. El brillo de la culpa. Todo mi cuerpo se estremece, mis sentidos se contraen y no puedo hacer nada. Nada. Me dejo caer en la silla, apoyo la frente en mis manos, bajo la mirada. No puedo verla, no quiero escucharla. No quiero que sea verdad. 

-Ranta, ¿qué hiciste? 

La negra da un paso al frente. Altiva, letal. Dictamina mi sentencia.

-Tenía fiebre. Tenía fiebre y en sus delirios pedía a su amá. Pedía que su amá lo abrazara y pedía aghua. Pedía ahguua. Pedía aghuaa. Pedía aghuua de quien moría de sed. De sed. Moría de sed y moría por su amá. Moría de sed y de amor. Yo lo dejé irse con su amá.

El reloj marca las tres con diez.

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