No soy ningún poeta. No amo las palabras por las palabras. Amo las palabras por lo que son capaces de conseguir.
[Patrick Rothfuss]

domingo, 29 de enero de 2012

Twist

Sucedió en aquel tiempo en el que la humanidad ya no existía. 

Ella era sombría, oscura. Un ser marchito en medio del mundo buscando compañía. / Ella era alegre, pero llena de una alegría falsa. Una mueca de dolor nacía en su alma, venía de su corazón. 

Ambas estaban condenadas por la misma historia, por el mismo anhelo. Ambas buscaban la irremediable muerte. El olvido. El fin de todo. La solución a toda la gama de sentimientos que invadían sus sentidos y jugaban con sus mentes. Pero habían cometido el mayor de los pecados, y aquel Dios, en el cuál no creían, las condeno a su mayor temor: no morir jamás. 

Errantes por el mundo saltaban de todo abismo, se mutilaban con los filos de cada roca, dejaban que sus cuerpos fueran consumidos por el fuego. Pero todo era inútil, sus vidas continuaban tan miserables como siempre. Compartían un corazón que latía sin fuerzas, por mera costumbre. Porque era frío, inhumano. Sus miradas buscaban siempre una razón para seguir de pie, un anhelo oculto de compañía vibraba en sus caprichos… Si tan sólo hubiera alguien, un alma dispuesta a aceptar su pútrida compañía, todo sería mejor. 

La chica de sonrisa rota y mirada decadente llevaba un nombre que sólo podía ser nombrado por los ángeles. Aquella otra de caminar asesino y alegría fingida había sido nombrada por el silencio desde el inicio de los tiempos. Dios no es misericordioso, Lucifer no cumple sus promesas. Pero ambos firmaron esta condena. Sus caminos se cruzaron en un camino sin dirección, rodeado de neblina. Cruzaron sus miradas y entendieron que todo lo que buscaban se encontraba en aquel lugar pedregoso y gris. El silencio fue su mejor charla. 

Dependía la una de la otra sin razón aparente. Como fantasmas surcaron los riscos y llegaron al fin del mundo dos veces con un solo propósito: encontrar la muerte. Cuando hablaban el cielo se teñía de verde esmeralda, y sus pasos podían ser escuchados hasta las tierras de los gigantes. Sus recuerdos las consumían con lentitud. Pero al revivirlos sentían, por unos segundos, que vivir era bueno. Después seguía el dolor. Dolor en la su punto máximo donde la locura carcome los sentidos. Los siglos continuaban pasando y la única muestra de que eran reales a pesar del tiempo eran sus ojos encontrándose a cada instante por los oscuros pasillos que el mundo había formado. 

Tal vez, separándose encontrarían la solución, susurraron una noche. Después de tanto tiempo habían olvidado que alguna vez estuvieron separadas. Que alguna vez se habían anhelado. Se fueron lejos, cada quien por su cuenta busco una capa negra que se hacia llamar destino. Tal vez pasaron horas, tal vez fueron milenios. Se encontraron una noche de invierno. Ambas tenían la solución. Pero aún les quedaba una pregunta: ¿quién permanecería? 

“No puedes morir por tu mano” eran las palabras gravadas en sus pieles. Pero si por la de alguien más. Una terminaría con su dolor y la otra seguiría errando hasta el fin de los tiempos, cuando el infierno y el cielo se volvieran uno sólo. Cuando el horizonte se fundiera, tragándose el mundo. La decisión era dura. Se recostaron en la tierra y escucharon el triste andar de sus corazones muertos. No cabe duda de que se requiere toda una vida para morir. Se miraron a los ojos y por primera vez se tomaron de la mano. No sabían lo que era un abrazo o una caricia, pero aquel contacto casi humano les hizo revivir una época en que tal vez fueron felices sin saberlo. 

Ella tomo la decisión. No sabía si era un acto de amor o mera desesperación. Tal vez, si aquella otra moría, ella también dejaría de sufrir, porque ya no tendría que ver su tristeza. No le dijo nada, no le pidió una opinión. Deslizo la mano hasta su cuello, donde colgaba aquella navaja con la cual su sangre fluyó por primera vez. Su filo brilló bajo el reflejo de la luna, el olor a sangre fresca empapó la noche. La miro fijamente, grabo cada una de sus facciones. Retuvo su aroma, su calor, y contó los últimos latidos de su corazón. Doce. 

Dio fin a su vida. Escucho el último suspiró y la dejó tendida en el suelo, como una tétrica marioneta abandonada. 

… *

Se acercaba a aquel camino de piedra. Pero ya no buscaba compañía, ahora era algo más que una simple alma marchita. Podían haber pasado minutos, o tal vez dos vidas más. El horizonte se fundía con la tierra, el suelo vibraba. Podías escuchar los gritos de los muertos. El fin estaba cerca. Las lágrimas inundaban su vista, recordaba como llorar, llorar de felicidad. No era por la muerte que se avecinaba. Sencillamente, después de tanto tiempo, había logrado hacer feliz a alguien.

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